lunes, febrero 11

Por si creían q lo habían visto todo...


Creí q las historias de los atletas olímpicos mexicanos eran las más patéticas por el lado de la burocracia deportiva, pero mientras leía la letras libres me encontré con esta sorpresota:

Eric Moussambani, un nadador de estilo libre de Guinea Ecuatorial, perdió en las Olimpiadas de Sydney 2000 en una carrera de cien metros en la que nadó sin ningún competidor. Había llegado hasta allí luego de haber ganado una competencia en su país y por uno de esos cupos de caridad que el comité olímpico internacional reserva para deportistas de países pobres. En esa competencia contra sí mismo, el único mérito de Moussambani fue no ahogarse hasta llegar a la meta. En su país no había más que dos piscinas, y nunca había nadado cien metros continuos. En Sydney su marca fue de un minuto con 52 segundos, el peor registro de natación en la historia de las olimpiadas, treinta segundos más que la marca de Arnold Guttmann para la misma distancia en las Olimpiadas de Atenas, pero las del siglo XIX (jaja q onda, ese dato si q debió hacerlo sentir mal). De inmediato tuvo un club de fans por internet, modeló enterizos de piel de tiburón diseñados para nadadores más veloces y en una subasta alguien pagó más de 2,500 dólares por sus gafas acuáticas. Luego se mudó a España, donde se consiguió un entrenador y logró rebajar a un minuto su marca en los cien metros libres. Cuatro años más tarde, Moussambani no pudo ir a las Olimpiadas de Atenas porque las autoridades de su país habían extraviado la fotografía de su pasaporte y no lo inscribieron a tiempo. (Esto sí q es una mamada) “Ha sido lo peor que me ha pasado en estos años. Me han dejado tirado. Siento que me han engañado” (no te preocupes Eric, muchos mexicanos compartimos tu sentir con nuestras brillantes y siempre bien preparadas autoridades), declaró. Ambicioso en la derrota, ha amenazado con estar en las próximas Olimpiadas de Pekín.

Cuando Eric Moussambani aterrizó en Australia en el año 2000, fue a contemplar la piscina en la que iba a competir. Hasta llegar a las olimpiadas, nunca había visto una pileta de cincuenta metros como el Aquatic Centre de Sydney. (no maaaa) Tenía veintidós años y era la primera vez que salía de su país. “No puedo”, le suplicó a su entrenador al ver la distancia entre el principio y el fin. La leyenda decía que apenas había aprendido a nadar meses antes en las aguas de un río infestado de cocodrilos, (tan audaz como nuestros vagabundos de cruceros) que de lunes a viernes se entrenaba en una piscina de veinte metros de un lujoso hotel de la capital del país africano y que los fines de semana le quedaba el río donde se jugaba la vida. (no se fuera a acostumbrar a la buena vida, chinga...) Pero en Sydney la suerte iba a estar de su lado. Según un sorteo, en las eliminatorias Eric Moussambani debía competir contra Farkhod Oripov, de Tayikistán, y Karim Bare, de Nigeria, quienes habían llegado a las olimpiadas por el mismo cupo de caridad. Sus pobres tiempos de competencia les auguraban a los tres el destino de ser sólo turistas en Sydney. Estaban muy nerviosos. A Bare y Oripov les tocaban las calles tres y cuatro de la piscina olímpica por el registro de sus marcas. A Moussambani le correspondía la calle cinco: su tiempo era el peor de todos. Bare, Oripov y Moussambani subieron a la plataforma de partida y los dos primeros se lanzaron dos veces en falso, quién sabe si para evitarse la vergüenza de un mayor fracaso. (q decentes ellos) Al ser descalificados por la doble falta –en eso consistía su victoria–, Moussambani se quedó solo ante la piscina (y los más de quince mil espectadores). El reglamento le exigía nadar contra sí mismo... (y de paso igualar el récord mundial del siglo XIX!)

Y les paso el link por si quieren echarle un ojo al artículo completo http://www.letraslibres.com/index.php?art=12672

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