Si la memoria no me traiciona, fue por allá de 1998 cuando compré mi primera Cinemanía (durante tercero de secundaria acostumbraba Premiere). Entre el contenido más o menos acostumbrado, una sección me atrapó completamente: las críticas de La Zorra. Tal sección era bien amplia: dos páginas repletas de cavilaciones y análisis acerca de la película. El plus: ponía en perspectiva a los personajes consigo misma y con el respetable.
Yo, que desde entonces disfrutaba mucho mi tendencia por las chaquetas mentales y las preguntas y repreguntas, me volví una entusiasta lectora de las críticas y análisis cinematográficos, en las que he disfrutado, entre otras cosas, la deliciosa disección de los personajes de películas como Carácter y Fenómenos, entre otras.
Hace algunas semanas leí
este artículo de Nicolás Alvarado, donde dice que:
"Creo que la crítica cinematográfica es un género literario. No estaría completa la lista de mis textos favoritos de Guillermo Cabrera Infante si no incluyera varios de los que escribió sobre cine. Y tampoco sería exhaustiva la nómina de mis autores admirados si no figuraran en ella Emilio García Riera y Siegfried Kracauer. En sus mejores avatares, un crítico fílmico es un ensayista que hace de una película mero pretexto para ofrecer una reflexión original sobre el arte y/o sobre la vida, bajo una forma conmovedora y memorable."
Coincido y lo aplaudo. Una lectura tan sabrosa como Cine o sardina de Guillermo Cabrera Infante nos da cuenta de la pasión que orilla al autor a preferir una función de cine sobre cualquier otra cosa, incluso, la comida.
Afortunado hallazgo el que tuve con La Zorra, cuyas críticas me iniciaron en esta pasión tan hermosa, tan tirana.