martes, abril 27

El imaginario mundo del Doctor Parnassus (por fin)

Desde su estreno en el Festival de Cine de Morelia, por allá de octubre del año pasado, había esperado esta película con ansias, pero me sucedió lo que justo ahora me pasa con La Carretera, nomás no se estrena a pesar de que semana tras semana está anunciada en el menú de 'próximos estrenos'.

Bueno, la cosa es que por fin (en realidad hace un par de semanas) pude ver la ansiada peli que en resumidas cuentas se trata de la compañía itinerante de teatro del Doctor Parnassus (Christopher Plummer), que ofrece a sus espectadores atravesar un espejo con la atractiva (y desconocida) catafixia de ganar la gloria y su correspondiente luz o el infierno y su deliciosa oscuridad. 

Parny se encuentra en problemas porque siglos atrás hizo una apuesta con el diablo (Tom Waits, yeah!) y ganó inmortalidad. Luego pidió juventud en lugar de inmortalidad a cambio de darle al respetable Señor Oscuro a su primera hija, cuando cumpliera 16 años. Ahora la chamaca está por cumplir sus sweet sixteen y el diablo, compasivo como de costumbre, le ofrece una nueva apuesta... 

En esas preocupaciones andaba el protagonista cuando se topa con Tony (Heath Ledger/ Johnny Depp/ Jude Law/ Colin Farrell), quien lo pondrá a punto de ganar o perder.

Basta. No contaré más. Sólo les digo que a raíz de la muerte de Ledger, el director, Terry Gilliam (sí, el de Monthy Python), tuvo que modificar el guión y le salió tan bien que ahora no me lo puedo imaginar sin la terna adicional.

Por cierto, Andrew Garfiel, que actúa el papel de Anton, me sorprendió tanto como Paul Dano la primera vez que lo vi. Habrá que seguirle la pista. 

Aunque este post llega con el retraso producto de mis dilemas existenciales y ahora está en pocos cines, de verdad les digo que no se la pierdan.

Lo bueno: Que digo bueno, fabuloso, es el mundo de Parnassus.
Lo malo: Que el estreno se retrasara tanto.
Lo feo: El póster, en serio es hórrido. Lo bueno es que en en el resto del mundo no la cagaron, pueden comprobarlo aquí


viernes, abril 23

Muse & Megadeth en México

MEGADETH

El sábado a eso de las 6 p.m. ya estábamos en el Palacio de los deportes, listos para ver a Megadeth, ya conocen esa tradición de llegar antes para impregnarse de la euforia colectiva.

¿Tocarían rolas de Endgame, su más reciente material, o celebrarían los 20 años del Rust in peace? El telón del escenario nos di la respuesta.

Derechito y furioso se pasó la hora y media que duró el concierto en el cual tocaron esas como In my darkest hour, Hangar 18 y Take no prisioners, que a los contemporáneos les recordará aquellos tiempos de secundaria y prepa en que agitaban sus matas completamente despreocupados.
México rockea y rockea bien fuerte, como quedó demostrado en el potente coro de Symphony of destruction.
Excelente concierto.

Por cierto, Mustaine sigue enterito, tan atractivísimo como de costumbre.

MUSE

Hace varios ayeres (si mal no recuerdo estaba empezando la universidad) un amigo me regaló un disco en el que venían, Muse, Black Rebel Motorcycle Club y Graham Coxon, entre otros. Cuando escuché New Born fue amor a los primeros acordes.

Compré el Showbiz y luego el Origin of Simmetry. Para cuando lanzaron el Absolution ya era fan de hueso colorado. Black holes and revelations, me gustó un pelín menos que los anteriores, pero vaya, sé que es buenísmo. El año pasado, cuando lanzaron The Resistance, Gruñis corrió a comprarlo. Que no es fácil de escuchar a la primera, que United States of Eurasia recuerda a Queen, que noséqué. A mi parecer, conserva esa potencia y teatralidad con las que me engancharon.

Y así, en ese enamorado ánimo, fui al concierto el martes pasado. Espectacular. Tres torres aparecieron en el escenario, en medio de cada una estaban los integrantes de la banda. Bellamy, ochenterísimo in fashion; Howard traía un pantalón con las orillas adornadas por lo que me parecieron bocinas pequeñas; Wolstenholme, un tanto más sobrio, se enfundó en color negro. 

Abrieron con Uprising, seguida por The Resistance y luego enloquecimos con New born. Continuamos saltando y coreando sin parar el resto de las canciones que tocaron durante casi dos horas, entre las que destacaron Time is running out, Plug In Baby, Undisclosed desires y Feeling good.  

El cierre con Knights of Cydonia fue impresionante. Debe ser maravilloso que 50 mil almas te aplaudan por hacer tu chamba...

Ya los quiero ver de nuevo.

lunes, abril 19

Bueno Aires, sin pena ni olvido.

Llegamos al aeropuerto a las 2:30 de la tarde y tomamos un taxi en dirección a San Telmo, un barrio céntrico y antiguo. Nos hospedamos en el Art Factory, donde nos recibió un hombre que, contrario al estereotipo argentino, se portó muy amable. El lugarcito estaba decorado de tal forma que no quedaba de otra que ponerse cool: el pasillo verde botella, el lobby rojo carmín con sillones de terciopelo azul y nuestro cuarto con un calendario azteca pintado de piso a techo.

Al día siguiente decidimos tomar un tour por toda la ciudad, cosa que sería fácil tomando en cuenta que Buenos Aires tiene tres veces menos habitantes que el D.F. y el tráfico fluye infinitamente mejor.

Subimos a una camioneta donde una guía animada y parlanchina nos prometió que nos enamoraríamos de la ciudad. El recorrido comenzó en San Telmo, un encanto de barrio, aunque parcialmente descuidado. En algunas partes, las calles son tan estrechas que apenas caben los camiones del transporte público que, de tan viejos, enrarecen el aire al punto de que es posible sentirse como en el D.F.

Paramos en el mercado de antigüedades de San Telmo. Con sus cosas viejas, rotas y coloridas, pudo transportarnos a la época en que la comunicación móvil era sólo un disparate de ciencia ficción. En las aceras pululantes observamos una bicicleta vieja que hacía las veces de puesto ambulante de churros. El vendedor era una suerte de especie rara para algunos paseantes que, ávidos de floklore, se fotografiaban con él.

La ruta hacia el Caminito inició en el estadio de La Boca. Nuestra guía, hincha declarada del equipo, invitó al grupo a pasar pero nadie se animó y la camioneta siguió de largo. Nos adentramos en el corazón del barrio y comenzamos a ver varios conventillos de pálidos multicolores. Nos explicaron que se trataba de uno de los barrios más famosos y más pobres, donde vivían varias familias muy humildes. Imposible no recordar las descarapeladas vecindades capitalinas.

Una vez que llegamos a la parte más turística, El Caminito se mostró en vivos colores que, junto con los tangueros en las calles, conforman la típica postal de Argentina. Muy cerca, donde las casitas comienzan a despintarse y ya no hay más policías, nadie se arriesga a cruzar. Algo similar deben sentir  los extranjeros en Garibaldi.

Subimos a la camioneta y continuamos el recorrido. En una esquina pudimos observar el costado de un edificio con grandes columnas. ¿Saben que edificio es ese?, preguntó nuestra guía con una enorme sonrisa. Resulta que estábamos mirando lo que fue la sede de la Fundación Eva Perón y que ahora aloja a la Facultad de Ingeniería. Con lo que me pareció auténtica emoción, recibimos un breviario de todas las obras en beneficio social realizadas por Evita antes de su prematura muerte. No hace falta gran cosa para darse cuenta de que Santa Evita está en el aire.

En nuestra siguiente parada fuimos a la Plaza de Mayo, donde las abuelas y las madres continúan haciendo un silencioso recorrido semanal, para protestar por los desaparecidos durante la dictadura militar. Sin tanto discurso y con más acciones, sencillamente no se dejan olvidar. Enfrente encontramos la Casa Rosada, símil colorido y afrancesado de Palacio Nacional.

La tarde continuaba espléndida cuando recorrimos la Plaza San Martín. Con el ánimo manso y desde el asombro recorrimos el barrio de Palermo, que impresiona con su arquitectura parisina. Paz decía que los argentinos eran latinoamericanos descendientes de italianos que se creían franceses. Algo hay de cierto en eso. En cada esquina puede verse el fantasma del ideal galo, de la misma forma que México se pinta de barras y estrellas.

Puerto Madero puede presumir de modernas construcciones, restaurantes lujosos, centros comerciales y calles limpias. Algo similar a Santa Fé: barrios de cara joven carecen de arrugas que le arruinen la fachada. Ahora que lo pienso, sería el lugar ideal para Boogie, el aceitoso, que con orgullo dice que forma parte del grupo racista más numeroso: el que odia a los pobres.

El cementerio de la recoleta fue el destino final. Enormes mausoleos que hacen patente la riqueza en vida de sus secos habitantes. Antes de irnos le preguntamos a la guía la ubicación de algunas librerías grandes. Después de algunas indicaciones y de darle un par de sorbos al mate del chofer, fuimos a comer en un restaurant donde se repitió la característica displicencia de los meseros al tomar la orden. Ahora lo sabemos, no son groseros, es más bien que no son lambiscones.

Luego aprovechamos para recorrer Plaza Francia, lugar donde se originó el rock argentino y que fue cuna de los hippies que representaban la contracultura por allá de los 60’s y 70’s y que ahora han establecido un tianguis que adorna la circunferencia del parque. Vendían pulseras de cuero, aretes y collares de vidrio, sahumerios y figuras de madera.

Esa noche, poco antes de las diez, llegamos a El Ateneo, la librería recomendada, que antiguamente fue un teatro que ahora alberga libros en sus grandes y elegantes instalaciones. Para nuestra sorpresa, cerraban hasta medianoche, así que tuvimos un buen rato para curiosear y hacer compras. No había tanta variedad como esperábamos y los autores difíciles de encontrar lo siguen siendo aún por allá, pero pudimos conseguir muy buen material.

Al siguiente día partimos al Delta del Tigre, que se localiza en la provincia de Buenos Aires. Para llegar abordamos un tren que pasó por Vicente López, el barrio presidencial, algo tan lujoso como el lugar que habita el inquilino de Los Pinos.

Al empezar el recorrido, observamos casas de descanso y casas habitación enclavadas en las altas orillas del Delta. Más adelante vimos un lujoso Club de Polo que funcionaba durante la época del esplendor económico en Argentina, allá cuando Menem los mareó con la paridad del dólar con el peso y que ahora es como un silencioso testigo de las riquezas que se han esfumado.

De regreso recorrimos la famosa Avenida Nueve de Julio. En algún punto topamos con el Obelisco, junto al que ondean las banderas de Argentina y de Buenos Aires.

Mi afición por el tango me hizo impensable perderme una noche sin escuchar Volver, en vivo, así que contratamos un paquete que show y cena. Muy comercial, lo sé, pero qué quieren. De regalo, dijo el vendedor, les voy a dar una clase de tango. Tantísimo gusto, con lo que nos gusta bailar, dijimos sin poder rechazar la oferta.

Después de todo, no nos costó tanto trabajo agarrarle la onda al tango, cuyos pasos básicos (pero muuuy básicos) son bastantes sencillos. El el grupo había una pareja de franceses cincuentones que bailaban como si tuvieran veintitantos, un brasileño borracho y su esposa, un par de mujeres solas que me pisaban y que a huevo querían estar en la fila de adelante, entre otros. Luego pasamos al espectáculo que duró poco más de dos horas.  Tal vez hubiera preferido algo más pequeño e íntimo, como de barriada, pero no estuvo nada mal.

El último día en Buenos Aires desayunamos en el Café Tortoni, lugar que vio desfilar a las glorias de la literatura argentina, donde la comida es buena y los precios normalitos. Al terminar recorrimos los elegantes salones y curioseamos entre las notas periodísticas enmarcadas y empotradas sobre las paredes. 

Al salir, aprovechamos para caminar por Corrientes, la avenida que vio nacer el tango y que antiguamente fue el corazón porteño de la vida nocturna y bohemia. Recorrimos varias librerías de viejo y tuvimos afortunados descubrimientos.

Vimos el reloj. Apresuramos el paso a una librería más y nos dirigimos hacia el aeropuerto. El fin del mundo nos esperaba, pero esa, es otra historia.

jueves, abril 15

Matadero cinco

Me eché Los lanzallamas de Roberto Arlt antes de leer Matadero cinco de Kurt Vonnegut. Librazos ambos... aunque no resulta la mejor combinación para el ánimo. Uno existencialista y el otro desolador.

En una parte de los Lanzallamas, Remo piensa que sería muy buena idea empatarse con una ciega, ya que no se imaginaría con una mujer que pudiera ver aquello que no se le permite...

Ahora les dejo un fragmento de Matadero cinco:

Rosewater estaba leyendo en la cama contigua, y Billy le introdujo en la conversación preguntándole qué estaba leyendo.

La respuesta fue El evangelio del espacio, de Kilgore Trout, donde se narraba la historia de un visitante del espacio -por cierto muy parecido a los tralfamadorianos, según la descripción- que había hecho un profundo estudo del Cristianismo para comprender, en lo posible, por qué los cristianos encontraban fácil la crueldad. Llegó a la conclusión de que, por lo menos en parte, el problema era debido a un desliz existente en el NUevo Testamento. El suponía que la intención del Evangelio era enseñar a la gente, entre otras cosas, a ser compasiva, incluso con las personas más bajas y ruines.

Pero lo que el Evangelio enseñaba en realidad era esto:

Antes de matar a alguien, asegúrate de que no esté bien relacionado. Así es. 

El defecto de las historias de Cristo, decía el visitante del espacio, estaba en que era en realidad el Hijo del Ser más poderoso del universo, aunque pareciera un don nadie. Y los lectores así lo veían, de manera que cuando llegaban al momento de la crucifixión pensaban (y Rosewater leyó en voz alta nuevamente):

¡Esta vez han metido la pata al escoger a ese sujeto para lincharle!

Y ese pensamiento engendraba otro: Hay que escoger a las personas a las que se puede linchar. ¿Quiénes son? Las personas que no están bien relacionadas. Eso es.

martes, abril 6

Comala es el que sigue

En su camino a Comala, ¿habrá encontrado Juan Preciado algún otro pueblo muerto?
Y en la respuesta escribí esto:

MURMULLOS

Hace varias horas que deambulas y no has encontrado a nadie que de te razón del lugar. Encuentras vacías las calles y los portales de las casas. Tocas una puerta y nadie responde, tocas otra puerta y nada. Te aventuras a girar una perilla.

Apenas entras en la casucha, te das cuenta de que no habrá paliativo para el aire hirviente que respiras. Una bocanada de fuego te parte  los labios.

Te quedas mirando el par de celosías que adornan las grises paredes de cemento. Al centro del cuarto, unas sillas tejidas con gruesos hilos de plástico, aparentan comodidad; si embargo, el polvo acumulado revela su evidente desuso.

En la esquina hay una mesa de madera que apenas se sostiene en pie. Encima sólo hay un puñado de pepitas secas y una jarra de vidrio que alberga hormigas muertas.

La quietud parece haber llegado como huésped perpetuo a ese pueblo.

De pronto escuchas un montón de murmullos y pisadas secas que no alcanzas a ubicar. Buscas con la mirada de un lado a otro. Frente a ti, un espacio sin puerta anuncia un patio de terracería sembrado con cubetas resquebrajadas que se quedaron esperando las lluvias. Por el patio cruza una figura que más parece un árbol seco que un hombre.

¡Oiga! ¡oiga!, ¿aquí es Comala?

Atraviesas el umbral y sólo encuentras cubetas. No ves a nadie. Sólo oyes ladrar a los perros.