Casi siempre llego tarde al aeropuerto. Mi mayor logro es haber llegado poco menos de media hora a un vuelo nacional, rayando al momento del abordaje. Parece que no puedo dejar mis 5 minutos más de sueño, que suelen convertirse en 20.
Ahora, dado que los tiempos de recorrido se han acortado tanto con este apanicado clima, llegué muy a tiempo. Para aumentar mi sorpresa, no tuve que hacer fila, no me tardé nada en abordar y el avión iba a la mitad de lleno... zas.
En cuanto pisé suelo jarocho, la belleza golpeó mis ojos y me olvidé de que todos traían tapabocas. Otro hecho sorprendente, pero bonito, bien bonito: Contra mis pobres expectativas, el sujeto que fui a ver era una delicia... y yo que ya había perdido las esperanzas de encontrar algún guapo en la marea burocrática del IMSS. ¿No despedimos de beso?, me preguntó. Pues total, se veía tan sano.
En fin, siguiendo con la noticia de moda, en las calles no se escuchaba otra cosa y entre extraños parecía no existir un mejor tema. De regreso al DeFectuoso, el taxista se quejaba de lo mucho, muchísimo que ha bajado el pasaje en estos días (por cierto lo mismo me dijo el que abordé en la mañana) y culpó a Oh!bama de la influenza invasora.
Me puso a pensar cuando dijo -Con eso de que si no se detecta y se cura, se lo puede llevar a uno en una semana, no queda más que disfrutar a las personas que quiere. Si tiene novio no haga caso y no deje de besarlo, porque yo creo que lo que nos va a mantener sanos es el cariño. ¿Sabe?, me di cuenta de eso cuando me casé con mi segunda esposa, después de que la primera me dejó con mi hija por otro canijo-.
No pude estar más de acuerdo. Eso me recordó la plática que tuve con una amiga, quien me dijo (palabras más, palabras menos) que a eso del amor, nomás ya no le quería entrar. Yo le dije que me gustaba vivir saboreando esos instantes definitivos, esa montaña rusa que al final tenía un despeñadero con un montón de pedazos de carritos oxidados. Ella me dijo que ya no quería ver el despedazadero final nunca, nunca más. Le dije que aunque el bajón era tremendo, valía la pena sólo por volver a probar las glorias del camino, por esos primeros besos y la cierta mirada que te engancha, la riquísima primera noche, el dormir juntos y el desayuno que le sigue. Cosas que con el tiempo se vuelven parte de tí, hasta el punto de darte la sensación de que por el momento todo está bien.
Así que por eso, yo sí me tropiezo con la misma piedra.
Ahora, dado que los tiempos de recorrido se han acortado tanto con este apanicado clima, llegué muy a tiempo. Para aumentar mi sorpresa, no tuve que hacer fila, no me tardé nada en abordar y el avión iba a la mitad de lleno... zas.
En cuanto pisé suelo jarocho, la belleza golpeó mis ojos y me olvidé de que todos traían tapabocas. Otro hecho sorprendente, pero bonito, bien bonito: Contra mis pobres expectativas, el sujeto que fui a ver era una delicia... y yo que ya había perdido las esperanzas de encontrar algún guapo en la marea burocrática del IMSS. ¿No despedimos de beso?, me preguntó. Pues total, se veía tan sano.
En fin, siguiendo con la noticia de moda, en las calles no se escuchaba otra cosa y entre extraños parecía no existir un mejor tema. De regreso al DeFectuoso, el taxista se quejaba de lo mucho, muchísimo que ha bajado el pasaje en estos días (por cierto lo mismo me dijo el que abordé en la mañana) y culpó a Oh!bama de la influenza invasora.
Me puso a pensar cuando dijo -Con eso de que si no se detecta y se cura, se lo puede llevar a uno en una semana, no queda más que disfrutar a las personas que quiere. Si tiene novio no haga caso y no deje de besarlo, porque yo creo que lo que nos va a mantener sanos es el cariño. ¿Sabe?, me di cuenta de eso cuando me casé con mi segunda esposa, después de que la primera me dejó con mi hija por otro canijo-.
No pude estar más de acuerdo. Eso me recordó la plática que tuve con una amiga, quien me dijo (palabras más, palabras menos) que a eso del amor, nomás ya no le quería entrar. Yo le dije que me gustaba vivir saboreando esos instantes definitivos, esa montaña rusa que al final tenía un despeñadero con un montón de pedazos de carritos oxidados. Ella me dijo que ya no quería ver el despedazadero final nunca, nunca más. Le dije que aunque el bajón era tremendo, valía la pena sólo por volver a probar las glorias del camino, por esos primeros besos y la cierta mirada que te engancha, la riquísima primera noche, el dormir juntos y el desayuno que le sigue. Cosas que con el tiempo se vuelven parte de tí, hasta el punto de darte la sensación de que por el momento todo está bien.
Así que por eso, yo sí me tropiezo con la misma piedra.