Es viernes chiquito, la presión de la semana se esfuma y se antoja beber un par de cervezas (de un jalón si se trata de un mal día). De repente el aire se torna bohemio, las conversaciones comienzan a despertar, olvidamos las rencillas y salimos a las calles.
Los jueves son los jueves y son aún más importantes que los viernes, no sólo porque no traen consigo un divertimento protocolario, sino porque son el origen del desenfado, del sabroso ocaso semanal.
Conforme se acerca el anhelado día, todas las certezas comienzan a escapase , dejándonos llevar por el angustioso no-saber.
Los jueves son los jueves y son aún más importantes que los viernes, no sólo porque no traen consigo un divertimento protocolario, sino porque son el origen del desenfado, del sabroso ocaso semanal.
Conforme se acerca el anhelado día, todas las certezas comienzan a escapase , dejándonos llevar por el angustioso no-saber.
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Los jueves puedo ponerme de cabeza y mirar todo al revés, mientras escucho un tango y mi ánimo se torna feliz-triste.
Puedo hacer el amor un jueves, pensando que la noche tibia no se acaba y aquellos brazos tampoco.
Puedo una risa infinita, olvidando las amarras.
Todo, absolutamente todo, puede ocurrir algún jueves.
Puedo hacer el amor un jueves, pensando que la noche tibia no se acaba y aquellos brazos tampoco.
Puedo una risa infinita, olvidando las amarras.
Todo, absolutamente todo, puede ocurrir algún jueves.