miércoles, febrero 2

Hace diez años

Hace 10 años el Y2K no nos alcanzó y mi fantasías de un caos apocalíptico se desvanecieron.

Ese año decidí tomarme un respiro antes de entrar a la universidad: no quería cagarla. Mi opción número uno era inaceptable y la segunda era considerada una "carrera muerta" por mi padre. Mi madre se encogía de hombros, quería que fuera feliz con mi elección, pero también que tuviera trabajo. No vayas a ser como uno de mis pacientes que habla muy bonito y se nota que ha leído muchos libros, pero trae agujeros en los zapatos. Oh sí, romántico y desalentador panorama.

Luego, por obra y gracia de la mayoría de edad pude sacar mi credencial del IFE y evitarme pedos para entrar a las funciones clasificación "C".

Dado que ese año tendría vacaciones tan largas como ningunas otras que estuvieran próximas, me fui un mes al pueblo de mi padre en compañía de mi hermana. Quería saber si las cosas de mi infancia eran como las recordaba. Resultó que los techos de la casa de mis abuelos eran menos altos de lo que los recordaba, mi abuela ya no parecía un gigante pero mi abuelo estaba igual de correoso. Ya no era tan divertido perseguir a los pollitos que andaban por el patio y la idea de un alacrán que cayera del techo ya no me parecía tan espeluznante. El aire que respiraba aún podía sentirse como fuego al exhalar.

Al siguiente año empecé a estudiar la tradicional, cierta, práctica y respetable carrera de Derecho. Me sobé mucho el coco para creerme que tal cosa me daría un panorama amplio acerca de la justicia en México. Si quieres criticar el sistema, conócelo, me dije. Sobra decir que antes de seis meses me di cuenta que si bien tiene su lado interesante, definitivamente no estaba en mi elemento, mucho menos en esa escuela en que la mano de hierro tuvo a bien dejarme. Aún era cobarde, así que descarté la idea de cambiar de carrera. Recordé la película Carácter y supe lo que me faltaba.

El cine y los libros eran el hoyo en el que, como foca, salía a respirar. Ese año perdí el temor de que la adaptación de El Señor de los Anillos no diera el ancho. 

En 2002 continuaba refugiándome en cine clubes, maratones de cine, museos y todo lo que pudiera importarme turismo interior. Por fortuna, una de mis amigas de la prepa estudiaba comunicaciones y me pasaba todas sus lecturas: otro mundo. Después ella abandonó la UNAM (pretextó su detestable horizontalidad), comenzó a repeler todo lo que oliera a institución y se fue quién sabe a dónde (¿por cigarros a Hong Kong?).

Sin mi camarada inseparable, empecé a frecuentar la Biblioteca México en busca de piratería (en esos tiempos no era tan fácil conseguir rarezas), para luego entrar en la sala donde La noche de Francisco Tario (cuya fama e importancia desconocía en ese momento pero que de inmediato me sorprendió) y yo nos encontramos. Luego llegué a Emiliano González y después a César Güemes. Fui feliz. Luego quise ser Amelié.

Para 2003 prácticamente mudé mi centro de operaciones sociales a la facultad de Derecho de la UNAM. Ahí me sentía bastante más a gusto, aparte de que me encontraba amigos y conocidos de la prepa. Las cosas empezaron a pintar bien. Empecé a buscar prácticas y trabajitos de medio tiempo para empezar a foguearme.

Me aluciné cuando vi Kill Bill: pasaba por mi etapa de cinéfila adolescente y por eso mismo me vi rodeada de una humareda similar a la de Fritz el gato, cuando vi Lost in translation.

Ese año vino Pearl Jam a México por primera vez. Tocaron en el Palacio de los deportes y yo canté con ellos todas las rolas del setlist. Estaba eufórica. Luego conocí a mi versión masculina de Summer (¿recuerdan 500 days of Summer?) y me enamoré perdidamente por quién sabe cuánto tiempo (exagero, sólo fueron dos años de estira y afloja).

En 2004 hice a un lado mi cobardía y me cambié de escuela. Mi intención era terminarla, pero no en ese lugar repleto de gente wanna be, del que sólo pude sacar un par de buenas amigas.  Revalidé materias, tomé otras que me faltaban y conocí gente que me cayó realmente bien. Estaba cerca de terminar la escuela y por alguna razón no podía experimentar, ni de lejos, la sensación de que 'todo estaba a punto de cambiar porque ya no voy a ir a la escuela'.  En mi cabeza se empezó a gestar la idea de vivir sola.

Ese año me reí mucho con La pasión de Cristo y dije: qué buena onda, cuando vi Entre copas (Sideways). Eterno resplandor de una mente sin recuerdos, usó mi cabeza como un revolver (e incendió mi conciencia con sus demonios).

En 2005 empecé mi tesis, terminé de estudiar, terminé el servicio. Sentí un ligero vértigo cuando me di cuenta que recién había salido de un entrenamiento tan peculiar como restringido. Senti más vértigo nomás de pensar que, si no encontraba más opciones, tendría que volver a trabajar en materia penal. Sería un desperdicio, me dije. 

Justo cuando comenzaba a desesperarme, conseguí un trabajo que, a pesar de las ínfimas condiciones en que empezaba, prometía. 

Tardé quince días en comenzar una labor de odio intenso hacia mi jefe por sus desplantes prepotentes, arrogantes y su arribismo desmedido. ¿Cómo es que no se da cuenta el dueño?, me preguntaba (esa pregunta encontró su respuesta pocos meses después).

Vi Secreto en la montaña un par de veces. En mi cabeza, Jake Gyllenhaal salió del papel que interpretó en Donnie Darko. El chiste más recurrente de ese año fue de vaqueros gay (ingenio desparramado, por lo visto). Luego, Las tortugas pueden volar me dejó con la boca abierta.

En 2006 me mudé con unos room mates que no pintaban mal. Eran cuatro físicos: tres hombres y una mujer, todos de Guadalajara. No, mi vida no se acercaba ni un poco a The big bang theory (esos físicos no conocían los colores ni la diversión, aunque ahora que lo pienso, también querían con desesperación encontrar una novia).

Poco después me titulé y por fin dejó de suceder esta recurrente escena:

ANA
¿Me permite el expediente fulano?

BURÓCRATA MALNACIDO
Como no licenciada, présteme su cédula.

ANA
Todavía no la entregan, pero nada más quiero echarle un ojo.

BURÓCRATA MALNACIDO
Entonces no se puede, señorita.*

*Énfasis en el señorita-no-licenciada.

Poco tiempo después murió mi abuela. Todavía se me van los huevos a la garganta cuando me acuerdo. Me puse demasiado sensible: lloré con El laberinto del Fauno y Volver.

En 2007, cansada de lo sucios que eran los físicos, me mudé con dos chicas que parecían simpáticas. Error: una era aleluya sin remedio, culera como todo fanático y para acabarla de joder, amarra navajas (cobré mi venganza justo un año después). La otra era una persignada de doble moral, doblemente molesta.

Luego comencé a entrenar ninjutsu en el parque hundido y me di cuenta que los maestros de artes marciales también pueden ser unas ratas baratas. En ese momento recordé a mi antigua maestra de Karate-do y sonreí al recordar sus clases de filosofía del combate. No nos vendía absolutamente nada, sólo nos enseñaba. Ese perfil sin ánimo de lucro era la neta, me dije. 

Tardíamente vi Los infiltrados hasta el cansancio, luego me maravillé con Petróleo sangriento. Mi hermana y yo nos vimos en pantalla con Ratatouille.

En 2008 la profecía se cumplió: el trabajo me había comido. Poco a poco comencé rebelarme. De alguna forma debía encontrar el tiempo dentro de ese horario de 12 horas para hacer alguna otra cosa. Parecía muy difícil de principio, pero después hallé mis mañas. Ahora sé que es lo mejor que pude haber hecho. A mi hermana le cayó en gracia el cambio, decía que ya le estaba recordando a la protagonista de Devil wears Prada, cuando el trabajo le obliga a dejar todo de lado.

Debo lanzarme al ring como El luchador, me dije, así algún día podré hacer algo como Vals con Bashir.

2009 fue un año RE bueno. Dejé a las room mates de la bragueta persignada y me mudé con mi actual rumi. De ella no tengo queja alguna y sí muchos buenos momentos. Por fin pude tener mascota y aquello se convirtió en el paraíso felino. Por fin me sentía en casa. 

Y así de buenas como estaba, tal como ocurre en la parte cómica de Melinda y Melinda, las cosas empezaron a ir bien. Empeñada por salir de la burbuja laboral, me inscribí en un Diplomado de Literatura fantástica y Ciencia ficción, donde conocí a Mike.  

Para cuando nos topamos, ya daba por descontado que conocería a un hombre que no fuera un verdadero cabrón y con quien pudiera compartir un paseo por los libros, además de largas sesiones de cine. No estaría de más, pensaba, que pudiera aprender del susodicho algo más que los dont's de la vida. Y para mi sorpresa lo encontré.

Ese año, Un profeta y la inolvidable Up, se llevaron mis palmas.

Después de muchos tiempo, contacté de nuevo a Pok (con quien más tarde se formaría la neuro banda).

En 2010 emprendí el viaje al sur que, dentro de una mitología personal, era indispensable. Ahora ya no puedo recordar el faro del fin del mundo sin pensar en Mike. 

Se formó la neuro banda, adicta al buen cine. 

Llegaron dos nuevos felinos a la casa y con eso, todos los que habitamos temporal e intermitentemente en Boca del Lobo, nos hemos divertido como chamacos. 

Ese año cumplí mi quinto aniversario en mi trabajo del mundo al revés. Cada día, como en El oficinista de Guillermo de Saccomanno, podía sentir que el aire no era mío y como en Seda, que estaba viendo llover mi vida, frente a mis ojos, espectáculo quieto. Luego atravesé la muy temida línea de sombra.

Se empezó a gestar en mi cabeza la idea de cambiar de giro. 

Por fin pude ver Martys y me dejó pensativa un buen rato. Los gatos persas y The social network (que vi más de una vez) se llevaron mis palmas. 

2011 abre una nueva década que. seguramente, terminará en un punto que ahora desconozco. ¿Cuál será? Qué emoción.

Nos vemos en otros diez años.