martes, junio 21

La última y nos vamos.

Por fin dejaré de ser voyeurista en Tumblr y empezaré a postear. El cine se muda con un nuevo nombre: Cinesteno. Allá nos seguimos leyendo.

Ah sí, Blogger: no creas que se me olvida que te tragaste mi post del 31 Foro de la Cineteca ¬¬

lunes, junio 13

Las putas marchamos

1. Debían ser las 6:15 a.m. Iba en la línea verde del metro hacia la estación Deportivo 18 de marzo, donde aún se encuentra la Prepa 9. Como de costumbre, me sumergí en un libro para aprovechar lo largo del trayecto. De pronto, un sujeto metió su mano entre mis rodillas. Inmediatamente levanté la vista y comencé a gritarle groserías. Me di cuenta que el vagón iba casi vacío. El tipo no se movía ni me miraba y en siguiente estación se bajó. Yo contuve el llanto al llegar a la escuela y me prometí estar más alerta. Tenía 15 años. Llevaba un pantalón de mezclilla, un suéter grueso que me llegaba al cuello y la cara desmaquillada, porque lo del arreglo matutino nunca se me ha dado bien. 

2. Estaba afuera del Museo de las intervenciones, cuando vi llegar a las amigas que estaba esperando. Una de ellas lloraba y jalaba aire, su cara estaba rojísima. Cuando llegaron me enteré que en el metro un tipo le había tocado el trasero. ¿Que cómo iba vestida? Pantalón de mezclilla y chamarra de tela. Sin maquillaje y con el cabello amarrado en una coleta. 

3. Salí de mi casa muy temprano, camino a la universidad. Di vuelta en una esquina y pasé frente a un puesto de tamales. El vendedor no me quitó la vista de encima y me sabroseó con el clásico ssssss. Di la vuelta y le grité pedazo de mierda, vete a calentar con tu madre (recuerdo ese insulto porque, aparte del clásico 'pendejazo', aún lo uso). Nunca volvió a sabrosearme. 

4. En la esquina de mi trabajo, estaban construyendo un edificio de departamentos. Cuando pasé enfrente, los trabajadores comenzaron a gritarme sus clásicas sandeces. Me detuve y les menté la madre y un poco más. Justo en ese momento, un compañero pasaba por ahí y, por alguna razón que aún desconozco, le pareció muy gracioso así que en la siguiente reunión social de la oficina, no tuvo empacho en contarlo. Otro de mis compañeros dijo, si así le gritan a ella, ¿te imaginas lo que le gritan a Liz? (una compañera que gusta de vestirse muy pegado), pero ella nunca ha hecho panchos. Se ve súper mal eso de gritar en la calle (énfasis en el súper). Ese día me enteré que las damitas de esta oficina no responden agresiones verbales porque no es propio, así que se tragan el coraje. 

5. Aquella tarde, uno de los socios me llamó a su oficina. Imaginé que me pediría ayuda para algún asunto o que me preguntarías cómo me iba con tal o cual cliente. Comenzó a echarme un rollo de que su hija tenía aproximadamente la misma edad que yo y que también era muy trabajadora. Que a él, al igual que seguramente ocurría con otros clientes, le agradaba trabajar con mujeres guapas PERO, justamente porque eso me lo estaba diciendo como se lo diría a su hija, no le gustaría que yo tuviera alguna dificultad con los clientes, más aún considerando que el 70% eran hombres. Me sugirió que utilizara blusas con escotes menos pronunciados para evitar que me faltaran al respeto y luego me preguntó si había tenido algún problema con relacionado con mi forma de vestir con algún cliente o compañero de trabajo.

Sobra decir que el comentario y la pregunta me hicieron encabronar porque no tengo que vestirme de una cierta manera para evitar que me falten al respeto, además de que NO trabajaba con bárbaros y si así lo hiciera sabría ponerles un estate quieto.  

Muy molesta, salí de la oficinucha esa y pensé en quejarme con el socio director. Luego recordé que el tarado con el hablé hacía las veces de vocero de los temas que el jefe de jefes no se atrevía a tocar directamente, cosa que me dio aún más coraje. 

Ojalá el escote hubiera sido tan profundo para que valiera la pena la retahíla conservadora, pero ni eso. Yo por supuesto me seguí vistiendo como me daba la gana y hasta aumenté la cuota de faldas y escotes. 


Por situaciones como la que les cuento, me dio mucho gusto asistir ayer a La marcha de las putas, nuestra versión del Slut walk canadiense, con la que se pretende generar conciencia en las personas de que las mujeres, como dueñas de su cuerpo y de su guardarropa, pueden vestirse como quieran, sin que ello justifique ningún tipo de ataque.

Ya basta de decir que las mujeres se andan quejando de que las tocan o les dicen cosas y se visten bien pegado o provocativo. Porque el día que agredan a alguien que quieres y te des cuenta que iba vestida de lo más normal, te vas a morder la lengua. Porque tu hermana, tu compañera de trabajo o de la escuela, tu esposa, tu hija, tu mamá o tu sobrina no tienen que adecuar su vestimenta para que no se les vea nada. Porque ninguna mujer tendría que avergonzarse y cubrir su cuerpo para que no la molesten. Porque es muy triste tener que andar a la defensiva todo el tiempo. Porque hay mujeres que, sin importar el calor que haga, prefieren cubrise todo el cuerpo antes de que algún imbécil las moleste. 

Espero que la marcha de ayer contribuya a generar esa conciencia.